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Ostia, Roma |
Habían vuelto a su antiguo trabajo. Se acercaba el alba, el manto de la noche se iba y se comenzaba a vislumbrar un atisbo de claridad; en un rato amanecería.
-Todo esto me recuerda la última vez, había sido una noche fatigosa. Intentando pescar algo con Andrés y no encontramos nada.
-También nosotros, con mi padre Zebedeo, tuvimos en aquella ocasión una noche larga.
-¿Por qué nos habrá pedido volver? Llevamos ya varios días por aquí y aún no hay ninguna señal de Él.
En su voz se notaba un dejo de queja, cansancio, fastidio.
-Ten paciencia, Él sabe el momento oportuno, llegará en el momento justo...
Una luz los ciega. Es el primer rayo del sol que engulle con su claridad la oscuridad de la noche en la que habían estado envueltos hasta entonces.
-¡Muchachos!
Era una voz conocidísima. ¡Sí¡ ¡Cómo olvidarla! “Tú eres Pedro…” dijo aquel día.
Lo sabía. Su corazón se lo decía. Era Él. Pero su corazón le había dicho aquella fatídica noche que no lo abandonaría, que iría con Él hasta la muerte y luego lo traicionó…
-Es el Señor -dice Juan
Esta vez, no podía dejarlo. Su corazón había comenzado a latir más fuerte. No quería volverlo a perder. Quería verle, escucharle y, aunque aún dudaba de ser capaz, pedirle perdón…
Se lanzó al agua. Esta vez ya no lo importaba nada. Solo quería estar con Él. Había ya puesto una vez luz en la oscuridad de su vida, ahora quería un nuevo resplandor…