viernes, 3 de abril de 2015

El Sacerdote en el Triduo Pascual: Viernes Santo


El Viernes Santo in Passione Domini, el sacerdote está llamado a subir al Calvario. A las tres de la tarde, o poco más tarde, tiene lugar la celebración de la Pasión del Señor, en tres momentos: la Palabra, la Cruz, la Comunión. 

Se dirige en procesión y en silencio al altar. Tras haber reverenciado el altar, que representa a Cristo en la austera desnudez del Calvario, se postra en tierra: es la proskýnesis-abajamiento-, como en el día de la ordenación. Así expresa la convicción de no ser nada ante la Majestad divina, y el arrepentimiento de haberse atrevido a medirse, por medio del pecado, con el Omnipotente. Como el Hijo que se anuló a sí mismo, el sacerdote reconoce su nada, y tiene inicio su mediación sacerdotal entre Dios y el pueblo, que culmina en la oración universal solemne. 

Después tiene lugar la ostensión y la adoración de la Santa Cruz: el sacerdote va hacia el altar con los diáconos y allí, estando en pie, la recibe y la descubre en tres momentos sucesivos, o la muestra ya descubierta, e invita cada vez a los fieles a la adoración con las palabras: Mirad el árbol de la Cruz. En su descarnada solemnidad, aquí, en el corazón del año litúrgico, la tradición ha resistido tenazmente más que en otros momentos del año. El sacerdote, tras haber depositado la casulla, si es posible con los pies descalzos, se acerca el primero a la Cruz, se arrodilla ante ella y la besa. 

La teología católica no teme dar aquí a la palabra adoración su verdadero significado. La verdadera Cruz, bañada con la sangre del Redentor se hace, por así decirlo, una sola cosa con Cristo y recibe la adoración. Por ello, postrándonos ante el sagrado leño, nos dirigimos al Señor: “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo”.

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