Había un pobre clérigo, a quien pesaban mucho sus defectos y quizá no le faltaban motivos. Todos los días debía trasladar el Santísimo y exponerlo en la Custodia de su convento; pero andaba siempre con escrúpulos.
Hasta que un día su Superior, intuyendo las dudas de su corazón, le llamó y le dijo:
-¿Tienes muchas miserias?, ¿muchas?, ¿y muy grandes? Pues reúnelas y colócalas todas debajo de la Custodia, y verás qué alto queda Jesucristo.
Nuestras miserias -esos obstáculos que aparecen en nuestro camino- dejémolas a los pies del Señor, para que Él las cure, las transforme. La misericordia de Dios es inagotable...
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