Se acerca nervioso y con cierto miedo. ¿Por qué cuesta tanto hacerlo? Había resuelto definitivamente buscarla y hoy es el día. Pero, en el momento justo, duda. ¿O mejor otro día? ”Es que” otra vez vengo con lo mismo, ahora ¿qué me dirá? ¿Por qué es tan difícil aceptar que fallamos, que cometemos errores? ¿Por qué es tan difícil pedir perdón? ¿Es la soberbia? ¿o egoísmo?
Sin embargo –y como si alguno le diese un “empujón”- se acerca.
Y escucha su voz:
-Dime, ¿qué cosas tienes para contarme? ¿Fallos? ¿Errores?¿Pecados? Aquí, no cuenta nada de eso, aquí solo hay misericordia y paz.
Él comienza a balbucear…
-Señor, si quieres, puedes limpiarme…aquí y aquí…
Luego escucha su voz firme pero a la vez cálida y llena de paz…
-Quiero! Queda limpio! Ahora vete en paz…
Sonríe, no ha quedado nada del miedo que tenía antes. Solo hay ahora alegría. El peso que sentía al principio había desparecido.
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