Santa Inés |
Todos lloraban menos ella. Todos se admiraban de que, con
tanta generosidad, entregara una vida de lo que aún no había comenzado a gozar,
como si ya la hubiese vivido plenamente. Todos se asombraban de que fuera ya
testigo de Cristo una niña que, por su edad, no podía aún dar testimonio de sí
misma.
El verdugo hizo lo posible por aterrorizarla, para atraerla
con halagos, muchos desearon casarse con ella. Pero ella dijo:
-Sería una injuria para mi Esposo esperar a ver si me gusta
otro; Él me ha elegido, el me tendrá. ¿A que esperas, verdugo, para asestar el
golpe?
Se detuvo, oró, doblo la espalda. Hubieras visto como
temblaba el verdugo, como si él fuese el condenado, cómo palidecían los rostros
al ver lo que le iba a suceder a la niña, mientras ella se mantenía serena.
En
una sola víctima tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad y el de la fe.
Relicario que contiene el cráneo de la santa |
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