«Si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto».
El grano de trigo es, ante todo, él mismo, Jesús. Como el grano de trigo, él ha caído en tierra con su Pasión y Muerte, ha vuelto a brotar y ha traído fruto con su Resurrección. La entrega generosa de su vida, para conseguirnos una nueva vida. La aceptación del sufrimiento, para sanarnos de nuestros pecados: «cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí».
Pero, la historia del pequeño grano nos ayuda también a nosotros, iluminada con otro versículo: «Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará».
Caer en tierra y morir significa también «salvar la propia vida», esto es, ¡para continuar viviendo! Aceptar la cruz en unión con Cristo…nos abre el horizonte de la eternidad. La cruz, nuestra cruz -fatigas, sufrimientos, incomprensiones- tiene...valor eterno!
Pero nuestra cruz nos da miedo. Cristo también se “turba” –mi alma está triste hasta la muerte-, pero, porque su sufrimiento y su muerte eran necesarios para la salvación del mundo, aceptó el sufrimiento –no se haga mi voluntad, sino la tuya-. ¡Aquí está el sentido de todo!
Por eso la cruz y la resurrección es el gran signo de la alianza nueva de Dios con las personas. Él ha puesto en cada corazón –en nuestro corazón- su Espíritu Santo, para que, a pesar de nuestras fragilidades y de nuestros pecados, podamos contar con Dios y con su fuerza para superar cualquier adversidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario